1874b La inmortalidad del alma
4 de abril de 1941: Libro 28
La estructura de un ser humano siempre requiere los mismos componentes: cuerpo, alma y espíritu. El cuerpo –la envoltura exterior– ejecuta las funciones que el alma determina. Por eso el cuerpo no es sino el órgano mediante el cual se realiza la voluntad del alma. Con la muerte del cuerpo el alma ya no necesita un órgano que le sirve como en la Tierra –dentro de la Obra de Creación visible–, porque cambia su paradero pues pasa a regiones donde no hace falta hacer algo exteriormente visible.
Allí el cuerpo resulta superfluo, pues no fue sino el medio para el paso por la Tierra donde el alma debía desarrollarse para hacerse portadora del Espíritu divino. El Espíritu –la tercera parte del ser humano– dormita en cada hombre, pero sólo entra en acción cuando la voluntad del alma le presta más atención que al cuerpo; es decir, cuando el alma no toma tan en serio las exigencias terrenales como las que le pone el espíritu - las que siempre desfavorecen a los deseos terrenales.
Aunque cuerpo, alma y espíritu formen una unidad, pueden perseguir objetivos diferentes. El Alma puede dedicar su voluntad más a las necesidades del cuerpo, pero también las puede ignorar y poner su voluntad completamente a la disposición del espíritu al que lleva dentro de sí... y precisamente esta orientación de la voluntad es la que determina su Vida en el Más Allá; es decir, el estado en el cual el alma se encuentra después de la vida terrenal, que le puede acarrear felicidad o desgracias.
De modo que la vida terrenal –la función del cuerpo– sólo es un estado pasajero en el que se encuentra el alma. Es el alma que en este mundo estimula al cuerpo a sus actividades, pero cuando el cuerpo ya no puede cumplir su función, de ninguna manera se debe considerarla como apagada... Aun así consta que el alma ha abandonado al cuerpo porque se ha trasladado a otras regiones donde la envoltura exterior ya no hace falta. Pero considerar el alma como también acabada sería un concepto totalmente erróneo de su ser, dado que el alma es algo que no puede perecer.
Por la muerte corporal del hombre el alma, por supuesto, ya no le puede mandar a ejercer sus funciones. Y a causa de una madurez insuficiente –cuando no ha prestado suficiente atención al espíritu en ella– puede caer en un estado de pasividad, pero nunca puede ser una “no-existencia”. Pues el alma es algo espiritual, algo inmortal, mientras el cuerpo está formado de materia terrena, por lo que está expuesto a un cambio continuo; pero finalmente, nada más que el alma haya abandonado el cuerpo, este se desintegrará en sus componentes primarios.
Amén.
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