Origen: https://www.bertha-dudde.org/es/proclamation/8219
8219 «Juicio» final de lo espiritual
21 de julio de 1962: Libro 86
Llegará la hora de ajustar cuentas y cada humano tendrá que responder ante su Juez. Porque el Orden deberá ser restaurado nuevamente y todo el que haya transgredido ese Orden de eternidad tendrá que rendir cuentas de sus acciones. Y la sentencia del Juez será pronunciada de acuerdo a la justicia. Toda alma recibirá su destino según sus propios actos. Lo espiritual, después de haber pasado a través de la forma, será trasladado al lugar que corresponda a su grado de madurez.
La vieja Creación será disuelta, todas sus formas serán transformadas en Obras de Creación de otras clases y lo espiritual irredento será trasladado a ellas, para iniciar nuevamente el camino de Redención o continuarlo según su grado de madurez.
Los hombres todavía viven según sus deseos y placeres, y no les impediré que sigan viviendo así, aún cuando sus acciones sean contrarias a Dios. Pero pronto llegará el fin, los hombres no podrán actuar según su propia voluntad porque se habrá terminado el tiempo en el que podían trabajar por la salvación de sus almas. Porque no han usado el tiempo según la Voluntad de Dios, sino que han endurecido todavía más la envoltura de su alma. Siendo cada vez más y más adictos a la materia, han preparado su propio destino, y por lo tanto volverán a ser otra vez esa materia que habían vencido hace largo tiempo.
Sin embargo, la ley del Orden eterno debe ser cumplida de nuevo. Todo lo espiritual que anda en la Tierra como hombre debe recibir nueva forma, porque la evolución hacia lo Alto debe continuar desde donde fue interrumpida. El espiritual que ha fallado encarnado como hombre, debe también recibir una nueva oportunidad de ser incorporado al proceso de retorno. Esto podría considerarse un juicio extremadamente severo, pero corresponde a la libre voluntad del hombre, de la cual abusó otra vez en la Tierra, lo que produce un nuevo destierro del Alma en la materia. El alma será disuelta de nuevo y habrá de recorrer otra vez un largo, infinito camino a través de la Creación, hasta que una vez más llegue al estado de hombre.
Cuando alcance la meta final, el alma podrá abandonar toda forma exterior, pero ella misma prolongará o acortará el tiempo necesario para poder ser redimida y entrar finalmente en el Reino de Luz. Aunque Dios es increíblemente paciente e indulgente y su Amor procura siempre inducir a la humanidad a que use correctamente su libre albedrío, una vez que el tiempo haya terminado, juzgará y restablecerá el antiguo Orden, lo que también implica el «juicio» de lo espiritual y colocarlo en la forma exterior que corresponda a su grado de madurez.
Y tal «juicio» es al mismo tiempo el final de un periodo de la Tierra o periodo de Redención. Ello exige una destrucción de las Obras de Creación en la Tierra, la cual contiene todo lo espiritual no redimido y termina su camino de evolución en un estado convulso, así como de aquellos hombres que no utilizaron de ninguna manera su existencia terrena para progresar en su desarrollo. También ellos serán «juzgados», o sea, incorporados a materia dura de acuerdo con su grado de maduración espiritual.
Lo creáis o no, los hombres os encontráis ante el fin de la vieja Tierra. Una y otra vez se os llamará la atención para que cambiéis a tiempo y aceptéis la ley de Orden eterno que determina una vida sólo en amor. Porque el Amor es un Principio divino que también vosotros, criaturas de Dios, debéis adoptar si es que el Orden celestial deber ser conservado.
Sois continuamente amonestados por videntes y profetas que anuncian el fin cercano, que os exhortan a que penséis sobre la finalidad de vuestra existencia en la Tierra para que el fin no os sorprenda y tengáis que presentaros ante el trono de juicio de Dios como pecadores, por no haber hecho nada para madurar en la última forma como hombres y por no haberos liberado de la culpa, colocándola bajo la cruz y pidiéndole a Jesucristo que la redimiera.
Sólo Él puede cargar con toda vuestra culpa por lo que podréis comparecer ante el tribunal de Dios libres de ella y no tener miedo al juicio final. Así podréis cambiar vuestra estancia en la Tierra por el Reino espiritual que es vuestro verdadero hogar. Así podréis entrar en el Reino de los espíritus benditos y no habréis de temer ni el final de la vieja Tierra ni un nuevo destierro, porque el Dios eterno no es un Juez severo, sino justo y correcto, que a todos atenderá de acuerdo con la propia voluntad de cada cual.
Amén.
Traducido por Meinhard Füssel