Origen: https://www.bertha-dudde.org/es/proclamation/2383b
2383b Infalibilidad del jefe de la iglesia
25 de junio de 1942: Libro 32
Si de los hombres se exige que crean en la enseñanza de la doctrina de la infalibilidad del jefe de la iglesia, eso significa así tanto como que tiene que ser reconocida y aceptada ahora sin crítica, cualquier otra doctrina o determinanción ulterior que el jefe de la iglesia disponga. Y de ese modo se elimina el reflexionar y la decisión del hombre, lo que, sin embargo, es indispensable, si una vez, cuando se le pidan cuentas por su actitud y parecer ante Dios.
Cada hombre individual tiene que justificarse de sí mismo, por consiguiente tiene que decidirse él mismo en plena voluntad libre, pero para poderse decidir, tiene que poder examinar y premeditar, por lo qué él deba decidirse. Mas no, en absoluto, que un hombre particular decida y ese hombre exíja ahora de miles y miles de hombres, a que se adhieran a su decisión, y esa exigencia la viste en forma de un precepto, de una doctrina, lo que es el caso indiscutible, si cualquier mandamiento eclesiástico debe ser reconocido como equivalente a la Voluntad de Dios, porque le sirve de base la infalibilidad del jefe de la iglesia, según dicen.
Estas doctrinas son admitidas sin ningún escrúpulo, pues, sin que el hombre se aclare su sentido y finalidad y la consecuencia de eso es, que son actos mecánicamente ejecutados, los cuales no tienen nada que ver con una profunda fe y con una entrañable relación con Dios. Se construyó un servicio divino, la misa, que en realidad no es ningún servicio a Dios. Fueron ritos implantados que son más o menos formas.
El actuar del adversario ha logrado con éxito, bajo el velo de la devoción, turbar el uso de la razón de los hombres para la Verdad, impidiéndoles en la propia actividad pensante y por eso también en el libre dictamen, pues todo eso lo detiene, lo impide el enemigo de Dios a través del dogma de la infalibilidad. Pues si esa enseñanza se les hace creíble a los hombes, no necesitan ellos ya más tomar al respecto su parecer. Ellos la reconocen por lo tanto sin examinarla, ellos no necesitan decidirse, porque otro ya se ha decido por él, y la libre voluntad no es utilizada, sino que el hombre tiene que creer, lo que como dogma de fe se le ha madado, si no quiere entrar en conflicto con esa doctrina de fe tan importante por la iglesia declarada, de que el jefe de la iglesia jamás puede equivocarse o tomar falsas disposiciones, si como autoridad competente pronuncia una decisión concerniente a la iglesia.
Ante Dios tiene sólo valor la libre decisión libre, pero la que tiene que tomar el hombre mismo y premeditar por eso cada pro y contra en ella, es decir, de lo que como dogma de fe le es sometido. Lo que puede afirmar con el corazón, puede ser primero llamado fe o credo, pero no a lo que profesa obligatoriamente. Pues una enseñanza de fe, en la volición de Dios resistirá cualquier prueba y tanto más convincente será admitida, cuanto más se ocupe en ella el hombre. Mas lo que no es de Dios, no resiste ninguna clase de exámen y será condenada por todo hombre que lucha seriamente por el conocimiento.
Amén
Traducido por Meinhard Füssel