Origen: https://www.bertha-dudde.org/es/proclamation/2358
2358 Palabra divina... Fuente... Amor... Conocimiento... Luz...
5 de junio de 1942: Libro 32
Sólo eso puede corresponder a Dios, que tiene como guía los mandamientos del amor a Dios y al prójimo, porque si el hombre vive según estos mandamientos, nunca violará la voluntad divina. En consecuencia, un caminar sobre la tierra que no se base en los mandamientos divinos, que por lo tanto contradiga la voluntad divina, debe ser inútil para el alma porque no le trae ningún desarrollo superior. El alma está entonces en un estado de inmadurez, que sólo puede remediarse concediendo la gracia, y esta le viene por la presentación de la Palabra divina, que le muestra que está en peligro y que está viviendo mal su vida terrenal...
Esta concesión de gracia ahora puede ser aceptada, pero también rechazada, dependiendo de su voluntad; pero que el único medio para que el hombre cambie su vida en la tierra y se someta a los mandamientos divinos. Y para ello se le deben presentar las consecuencias de un modo de vida erróneo, así como la vida en la luz que le espera a un alma que se ha sometido a la voluntad de Dios. Pero estas consecuencias nunca se le puede probar al ser humano de tal manera que tenga que creer, en consecuencia siempre se puede dudar del origen de la Palabra divina si el ser humano lo quiere...
Responderá de lo que se difunde como Palabra divina es siempre obra del hombre, y nunca se dejará convencer de que una persona ha bebido de una fuente que se ha hecho accesible a los hombres por el gran amor de Dios para impartirles un conocimiento que corresponde a la verdad... Sólo podrán comprenderlo y creerlo si llevan una forma de vida correcta, una vida de amor, que les trae conocimiento. Entonces ya no les parecerá sorprendente que Dios Mismo sea la fuente Que hace fluir el agua viva a las personas... entonces podrán creer sin pruebas lo que se les enseña acerca de las consecuencias de una forma de vida incorrecta, e impulsarse por propia voluntad a vivir según la voluntad de Dios.
Llevarán una vida de amor y sabrán que entonces también pueden beber constantemente de la corriente de la vida, que reciben la sabiduría de Su mano. de modo que una vida amorosa determinará siempre el grado de madurez del alma, porque aumenta el grado de conocimiento y el estado luminoso del alma depende del conocimiento. El mandamiento de amar a Dios y al prójimo, por lo tanto, no debe apagarse y debe cumplirse primero para que las consecuencias de una vida de amor se expresen en un mayor conocimiento, y por eso se debe instar a las personas a amar y esto nuevamente a través de la mediación de la Palabra divina, que amonesta y educa a los hombres en el amor.
Tan pronto como el incrédulo, quisiera negar a Dios como origen de Su Palabra, está activo en el amor él mismo, todas las dudas desaparecerán para él. Tendrá que considerar la Palabra como expresión de Dios, porque su corazón, que es capaz de amar, la acepta y al mismo tiempo le da el entendimiento para ella. Y ahora ya no es posible que las dudas se apoderen del ser humano en cuanto lleva una vida constante obra en amor. Porque ahora que Dios lo atrae hacia Sí, Que es el Amor Mismo, también reconoce Su Palabra, Su voz, y acepta como verdad sin objeción y sin vacilación, todo lo que se le ofrece por el amor de Dios... lo que le es impartido como Palabra divina...
La palabra divina educa al amor, la actividad del amor trae al hombre el conocimiento, y un mayor conocimiento vuelve a aumentar el amor a Dios y a Sus criaturas. Y una luz cada vez más brillante, es decir, un estado cada vez más clarividente, será el destino de aquel que está amorosamente activo en la tierra. Y por eso jamás se puede buscar la sabiduría en los sabios mundanos si carecen de amor, aunque reconocerán la verdad como tal si llevan al mismo tiempo un vida de amor al prójimo activo. Porque estos también reconocerán a Dios como fuente de Su Palabra, no pueden de otra manera, porque a través de la vida en el amor ya se han unido a Él, por así decirlo, y por lo tanto también reconocen Su obra...
amén
Traducido por Hans-Dieter Heise