Origen: https://www.bertha-dudde.org/es/proclamation/0349

0349 El misterio de la Encarnación. La Gracia y la Fuerza de Dios

27 de marzo de 1938: Libro 8

Mi querida niña... Hay un Pensamiento imponente que es la base del Misterio de la Encarnación. Aun con las Enseñanzas más complejas el Señor no puede descubrirte este secreto de manera comprensible, porque la naturaleza del ser humano no dispone de la facultad de comprensión necesaria que hace falta para comprenderlo.

La humanidad está convencida de que sin la Encarnación del Hijo de Dios en la Tierra los seres del universo estarían perdidos, temporalmente como infinitamente. Consta que este pensamiento es pura Verdad, pero aun así no explica exhaustivamente hasta qué punto el Amor del Salvador por la Encarnación se ha sacrificado para la humanidad.

No hay posibilidad de comparación que os haría comprender tan sólo aproximadamente la Fuerza que por esta divina Obra de Amor se transmitió a todo el universo... a todos los seres y, sobre todo, a los niños de esta Tierra y a sus almas... A cada alma estaba concedida la Gracia en una medida en que, si el hombre aprovecha de ella, puede convertirse en un ser parecido a Dios. Porque entonces el Amor que es inherente a Dios toma posesión del corazón de cada hombre, y el mismo Amor causa que de él se desarrollen seres perfectos... Y para todo esto, tras su Encarnación, Dios el Señor mismo ha abierto los portales. Él allanó el camino de los mortales para la bienaventuranza eterna... Él los redimió de la muerte eterna - pero eso de la Vida eterna depende de vosotros... tal como os la preparáis en la Tierra, tal os esperará en el Más Allá. El Señor mismo os ha puesto la primera piedra, sobre la cual os podréis edificar el Reino eterno.

Sed siempre conscientes de lo profundamente que os ama el Padre... que por vuestra causa y para salvaros de la perdición eterna Él mismo se ha sacrificado. De esta manera, para vosotros, ha llevado a cabo la suprema Obra de Amor. Conscientes de esto, procurad convertiros en merecedores de este Amor, para que el Señor para cada uno de vosotros pueda ser un verdadero Salvador de la muerte eterna, y vosotros le deis las gracias eternamente...

Amén.

Traducido por Meinhard Füssel